“Desconsolao” quedó un corregimiento de Bolívar
- Tu Historia Cartagena
- 23 may 2018
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Por: Marcela Paternina
Era el 18 de marzo de 1997. Desde este día se marcó la historia de San pedro consolado, un corregimiento de San Juan Nepomuceno (Bolívar), al que sus habitantes llamaban “Desconsolao”.
Comenzó un día común y corriente con el cacarear de los gallos, generando una mañana serena en la que los hombres salen a buscar leña a los montes con un machete en la cintura, un sombrero volteado, abarcas de cuero y una mochila cruzada en el cuerpo. Las mujeres se mantienen en sus casas preparando las recetas propias de los pueblos de Bolívar: suero, pasteles, bollos de mazorca y batata. Hasta ese momento, existía armonía y tranquilidad en el pueblo.

Cuando empezaba a caer la tarde, se notaba cómo las mujeres expresaban preocupación, angustia y desespero, corrían de un lado a otro buscando a sus pequeño hijos, mientras sus esposos buscaban la “tranca”, que era un palo grueso con el que aseguraban por la parte interior las puertas de las casas.
Cuando llegó la noche a este pequeño pueblo ubicado a tan solo 90 kilómetros de Cartagena de Indias, solo se escuchaban los sonidos de grillos y sapos, las personas decían que estos animales eran los más valientes del pueblo, porque eran los únicos capaces de estar en las calles pasada la tarde, porque la guerrilla llegaba entonces a esta población. ¡Ah!, Pero no solo ellos eran valientes, también hubo un hombre que se atrevió a desafiar la realidad que empezaba a vivir este pequeño terruño, él fue Nafer Yepes. Este era un hombre de unos 50 años más o menos, Alto, delgado, de piel trigueña, con un bigote bastante particular.
Ese día él se encontraba en su casa con un fuerte dolor de cabeza, por lo cual decidió salir a comprar una pastilla. Según cuenta su familia, todos le decían “no salgas, las calles están solas, te puede coger la guerrilla”, a lo que él respondió “el que nada debe nada teme” y se fue.
Cuando Nafer quiso llegar a la plaza principal donde estaba la tienda, la guerrilla ya se encontraba en el corregimiento. En cuestión de minutos, al notar su presencia lo asecharon y le exigieron mediante algunos comentarios amenazantes que se tenía que ir con ellos para que hiciera parte del grupo.
Pedro Guzmán, habitante del corregimiento, vio todo lo que estaba sucediendo, pues vivía cerca de la plaza: “Nafer en todo momento se opuso, el gritaba ¡déjenme por favor! yo tengo 5 hijos, no me puedo ir con ustedes” dijo Pedro. La mayoría de las personas se asomaban a las ventanas, escondiéndose tras las cortinas solo con la intención de ver qué era lo que estaba sucediendo alrededor de sus hogares.
A estos hombres al parecer les importó poco o nada el dolor y sufrimiento de Nafer y solo reían y reían. Hasta que el máximo cabecilla de este grupo al margen de la ley dio orden de que lo amarraran y se lo llevaron en una silla. “Eso fue lo peor que yo pude vivir cuando a mí me avisaron que a mi esposo se lo llevaban, yo me puse pálida, las piernas me temblaban, y lo que hice fue correr con mis 5 hijos hacia él, todos íbamos llorando y no podía creer que esos hombres no se condolieran”. Dice entre lagrima Yaneth Mendoza, esposa de Nafer.
Se lo llevaron casi arrastrado por la calle principal de San pedro, que era un camino de piedras, que todo el tiempo estaba húmedo, con árboles de lado y lado. Mientras llevaban al hombre a empujas, con su familia a su lado; las personas iban saliendo de sus casas, observando y sufriendo el mismo dolor de la familia Yepes Mendoza.

Fueron unos minutos que parecían horas eternas de tragedia, pues quien se le acercaba a este grupo, simplemente llevaba bala y así con ese mismo dolor aún lo cuentan los habitantes del pueblo.
Dayanis Yepes la hija menor de Nafer con tan solo 11 años, recuerda todo lo que pasó esa noche de desdicha “Yo que podía hacer, era una niña indefensa, muchas veces trate de acércame a él, quería decirle papá te quiero, pero mi mamá no me dejaba, no quería que esos hombres me fueran a disparar. Todos los que nos iban acompañando poco a poco se quedaban en el camino, y solo llegamos los 6 hasta el cementerio, mi mamá y mis cuatro hermanos, esos hombres cerraron la puerta del cementerio dejándonos afuera y entraron con mi papá.
Seguíamos llorando y gritando. Y las últimas palabras de mi padre fueron “se va hacer justica” palabras que aún no salen de mi cabeza, como tampoco puedo sacar esa mirada triste y ese desespero que reflejaba. Y en un abrir y cerrar de ojos, escuchamos los gritos y disparos con una metralleta, así fue…. acabaron con él.
Mi hermano mayor intento volarse la pared del cementerio para ayudarlo pero casi sufre la misma suerte. Lo que más a marco mi vida, fue verlo muerto, no se parecía; yo gritaba ¡este no es mi papá! y cuando empezó a llegar la gente se escuchaban los murmullos. Nunca había visto algo así, Este es el fin, Nunca más saldré mi casa, fue algo impactante, es algo indescriptible”.
La noche terminó y esta vez no fue el cacarear de los gallos el que despertó a los habitantes de la población al día siguiente (si es que alguno pudo dormir), sino los gritos de alguien a las 4 de la madrugada que decía ¡Lo Mataron, Lo Mataron!
Cuando empezó a salir el sol y los habitantes ya no sentían la presencia de nadie extraño en el pueblo, iban saliendo uno por uno dirigiéndose al cementerio a corroborar lo que había sucedido y a consolar a la familia que aún se encontraba allí.
Lastimosamente, esta no es la única familia y el único pueblo a quienes les han arrebatado las esperanzas de vivir en un mundo mejor y de pensar en un futuro próspero para las generaciones en crecimiento. Así como sucedió en San Pedro Consolado, les ha sucedido a muchos otros hogares y hombres de casa.

Fueron tiempo duros para ese pequeño pueblo, porque desde ese día se desato la violencia desmesurada en el “México Chiquito” como también es conocido san pedro consolado, por su asentó peculiar.
Hoy día cuando se entra a san pedro se siente una paz, una tranquilidad, el olor de la naturaleza y de los fogones de leña, se ve la gente sentada en la terraza compartiendo con sus familiares y amigos, los niños resplandecen felicidad. Todo parece perfecto, en realidad no hay rastro de violencia en las calles, pero los corazones de los habitantes quedaron marcados con la tragedia, tanto así que hasta las últimas generaciones tienen conocimiento de ese momento que vivió el pueblo.
Hoy día nuestro país atraviesa un proceso de paz fundamental e histórico para el país y las personas de este corregimiento esperan que no se vuelva a vivir una situación como esta, se espera que pueblos que han estado inmersos en la violencia desde hace muchos años puedan tener la oportunidad de cambiar esos malos trazos que han tenido en su vida. Así como algunos pueblos ya pudieron cambiar su situación otros esperan volver a tener tranquilidad y paz, estas personas piensan en un futuro mejor y con nuevas alternativas de subsistencia.
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